Trump aseguró acabar con la MS-13, aunque su trato con Bukele lo complica

https://static01.nyt.com/images/2025/06/09/multimedia/ms-13-promo/ms-13-promo-videoSixteenByNine3000.jpg

La relación bilateral entre Estados Unidos y El Salvador ha entrado en un terreno delicado, luego de que crecieran las críticas sobre los efectos que ciertos acuerdos entre ambos gobiernos podrían tener en la lucha contra el crimen organizado, en particular contra la Mara Salvatrucha (MS-13). Aunque desde la administración estadounidense se ha reiterado el compromiso con el desmantelamiento de pandillas, recientes revelaciones y decisiones políticas apuntan a una posible contradicción entre los discursos oficiales y la realidad operativa en el terreno.

Durante su administración, el exmandatario estadounidense Donald Trump promovió una política severa contra las bandas delictivas de Centroamérica. Un aspecto clave de este enfoque fue la estrecha colaboración con las autoridades de El Salvador para arrestar y extraditar a integrantes de la MS-13, vistos por Washington como un riesgo para la seguridad nacional. Estas iniciativas involucraron operaciones conjuntas, intercambio de información y procedimientos judiciales contra miembros destacados de la agrupación.

Sin embargo, a lo largo del tiempo, las cambiantes dinámicas políticas entre las dos naciones han generado incertidumbre sobre la permanencia real de esa cooperación. Varios expertos destacan que, desde una perspectiva de pragmatismo geopolítico, Washington ha decidido dar prioridad a la estabilidad en temas migratorios y a la colaboración en la región, sobre la presión hacia ciertos regímenes, incluso cuando esto signifique adoptar posturas más flexibles frente a situaciones que antes habrían sido fuertemente criticadas.

En este marco, ha adquirido importancia el rol del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador. Su administración ha sido ampliamente elogiada por disminuir notablemente las tasas de homicidios y violencia en la nación, en parte debido a una política estricta que contempla un régimen de excepción y el arresto masivo de supuestos pandilleros. No obstante, también ha enfrentado críticas por supuestas negociaciones con organizaciones criminales, que podrían haber sido permitidas o encubiertas a cambio de ventajas políticas o reducción de la violencia.

Informes judiciales y de inteligencia han señalado que los líderes de la MS-13 podrían haber tenido comunicación con funcionarios del gobierno en tiempos recientes, lo cual ha provocado inquietud respecto a un posible debilitamiento en los esfuerzos internacionales para enjuiciar a los líderes de estas bandas en cortes de Estados Unidos. La ausencia de extradiciones notables en meses recientes ha avivado estas dudas.

Las entidades que protegen los derechos humanos y los especialistas en delitos transnacionales han advertido sobre los peligros de fundamentar las políticas de seguridad en acuerdos no oficiales o compromisos de impunidad. Señalan que, si bien la disminución de la violencia es positiva, una estrategia que da prioridad a los resultados inmediatos en detrimento de la legalidad puede acabar consolidando a las mismas organizaciones delictivas con el tiempo.

En Estados Unidos, tanto congresistas como fiscales federales han manifestado inquietud por la aparente reducción en la cooperación con El Salvador en relación con casos importantes. Algunos piensan que esto podría dificultar procesos legales en curso en tribunales de Estados Unidos, donde se intenta juzgar a cabecillas de la MS-13 por crímenes cometidos en Centroamérica y en suelo estadounidense.

Mientras tanto, la administración de la Casa Blanca ha adoptado una posición indefinida. Aunque se valora la efectividad del gobierno de El Salvador en la lucha contra la violencia, han surgido dudas sobre el respeto a los derechos humanos fundamentales y la utilización del sistema gubernamental con fines políticos. Esta situación de ambivalencia ha causado fricciones dentro del sistema diplomático, en el que varios organismos mantienen perspectivas diferentes sobre la táctica regional.

El desafío de combatir al crimen organizado en Centroamérica requiere, según expertos, no solo acciones represivas, sino también transparencia, cooperación internacional efectiva y un compromiso sostenido con la justicia. Cualquier indicio de negociación con actores criminales socava la legitimidad del Estado y pone en riesgo la seguridad tanto regional como transnacional.

El desarrollo del vínculo entre Estados Unidos y El Salvador, junto con su influencia en la batalla contra las pandillas, continuará siendo un asunto de gran sensibilidad política. Por el momento, la idea de que intereses estratégicos afectan la estricta aplicación de la ley ha despertado la preocupación de aquellos que sostienen que la auténtica seguridad no debe alcanzarse sacrificando la justicia.

By Alberto Ramos