Cada liberación de rehenes de Hamás provoca una reacción de alivio en la lejana Tailandia. Esta sensación llega de familias humildes que respiran al fin tranquilas: el padre, el hermano, el marido, el sobrino, que marchó a buscarse la vida a Israel y se ganaba el jornal en el campo, podrá finalmente regresar a casa. El martes a última hora, dos nuevos nacionales de este país del sudeste asiático fueron devueltos de Gaza a Israel durante la tregua temporal. El miércoles, otros cuatro. Desde el inicio del alto el fuego, el viernes, 23 tailandeses han sido liberados. Pero aún quedan al menos nueve en cautividad, según los datos del Ministerio de Exteriores tailandés.
Tailandia tenía, antes del estallido de la guerra, un vínculo especial con Israel. Unos 30.000 migrantes de ese país trabajaban en el sector agrícola, varios miles cerca de la franja de Gaza. Durante el ataque de Hamás del 7 de octubre murieron 39 de ellos. Ya han sido repatriados cerca de 9.000 de vuelta a su país. Conformaban la mayor comunidad de mano de obra migrante de Israel, según Human Rights Watch. Eran en su mayoría hombres de regiones pobres, que se ganaban la vida con empleos duros, recogiendo el tomate o el aguacate, en granjas de patatas y de granadas, que habían ido a Oriente Próximo movidos por los salarios mucho más altos que en su país. A menudo habían dejado atrás a la familia, a la que mandaban el dinero que ganaban.
Numerosos medios han recogido los relatos de los familiares. El de Tippawan Ponkong, por ejemplo, de cuyo marido, Mongkol, no tuvo noticia durante siete semanas. Temía lo peor, ya que trabajaba en una finca junto a la frontera con Gaza. Hasta que recibió este pasado sábado una llamada de un amigo de su marido en Israel. “Me temblaba mucho el corazón”, contó esta mujer a NPR. “Entonces me dijo que mi marido ya había sido puesto en libertad. También me envió una foto para que la viera. Hice clic para verla. Y le dije que sí, que era mi marido”. Al día siguiente pudo al fin hablar con él.
La historia de Mongkol se parece a la de muchos otros migrantes. Llevaba tres años en el país recogiendo tomates, ganaba unos 1.500 dólares mensuales [unos 1.365 euros], hasta cinco veces más de lo que puede juntar un trabajador en las zonas más empobrecidas de Tailandia. Solía enviar la mayor parte a casa, a su mujer y sus dos hijas. La esposa contó que, una vez en casa, no pensaba dejarlo regresar.
Abusos e irregularidades
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La situación de esta mano de obra era a menudo precaria. A pesar de que el Gobierno tailandés ha estado ofreciendo vuelos de repatriación, y compensaciones económicas, muchos de sus ciudadanos han sido “reacios a abandonar Israel debido a las deudas que tienen asociadas a la obtención de sus puestos de trabajo en un primer momento”, según un comunicado de Human Rights Watch de principios de noviembre. “Los trabajadores tailandeses en Israel sufren salarios bajos, jornadas laborales excesivas y condiciones de trabajo peligrosas”, aseguraba esta organización, que ha documentado en el pasado esas duras situaciones, a menudo plagadas de abusos e irregularidades.
Estos trabajadores son una parte clave de la agricultura israelí. El Gobierno de ese país ha ofrecido incentivos para que los migrantes tailandeses se queden y sigan trabajando, con prórrogas de visados, compensaciones y ayudas y la creación de refugios de seguridad en zonas agrícolas. “Para los agricultores israelíes, los trabajadores tailandeses no son simples empleados, sino parte integrante de su familia”, dijo en octubre Orna Sagiv, embajadora de Israel en Tailandia, a través de un comunicado. “Israel valora profundamente su duro trabajo y reconoce el importante papel que desempeñan en el sector agrícola del país. Por ello, Israel asegura que tanto ellos como sus familias recibirán el apoyo necesario”.
El sábado, la embajadora Sagiv colgó en redes sociales una fotografía del ministro de Exteriores israelí, Eli Cohen, visitando a los recién liberados, en el hospital Shamir, cerca de Tel Aviv. “El ministro Cohen prometió que los trabajadores tailandeses recibirán el mejor tratamiento médico en Israel”, escribió la embajadora. “También dijo que recibirán las mismas prestaciones del Gobierno que los israelíes”.
“Feliz de dar personalmente la bienvenida a otros dos rehenes tailandeses recién liberados y llegados al hospital de Tel Aviv”, anunciaba el miércoles desde Israel Parnpree Bahiddha-Nukara, ministro de Exteriores tailandés y vice primer ministro; también a través de la red social X. “Fue una sensación muy cálida ver cómo los antiguos 17 [liberados] se alineaban para dar la bienvenida y apoyo moral a los dos recién llegados”.
El despliegue diplomático de Bangkok ha sido considerable. Diez de sus nacionales se encontraban entre los primeros 24 rehenes liberados el viernes, horas después de que se declarase el alto el fuego. Entre ellos, estaba también la única mujer tailandesa secuestrada. El ministro tailandés agradeció al día siguiente los “denodados esfuerzos” de todos aquellos a los que había pedido asistencia: los gobiernos de Qatar, Israel, Egipto, Irán, Malasia y el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Mediación islámica
Un grupo islámico tailandés —minoría religiosa en un país eminentemente budista— también ha asegurado que sus esfuerzos fueron clave para garantizar la liberación de los rehenes. “Fuimos la única parte que habló con Hamás desde el comienzo de la guerra para pedir la liberación de los tailandeses”, confió este lunes a Reuters Lerpong Syed, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Tailandia e Irán.
Lerpong forma parte de un grupo de tailandeses musulmanes convocado por el portavoz del Parlamento del país, Wan Muhammad Noor Matha, que viajó a Teherán en octubre y mantuvo conversaciones no oficiales con un representante de Hamás para tratar el asunto, según la citada agencia. La negociación paralela no fue condenada por Bangkok. “Si Tailandia solo confiara en el Ministerio de Asuntos Exteriores o pidiera ayuda a otros países, las posibilidades de conseguir la liberación con el primer grupo serían muy bajas”, añadió Lerpong.
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