Estados Unidos y el Reino Unido bombardearon en la madrugada del viernes posiciones de la milicia Huthi de Yemen. La operación, en represalia por los ataques de este grupo a la navegación en el mar Rojo, choca con la declarada intención de Washington de evitar la extensión de la guerra de Gaza al resto de Oriente Próximo. La realidad es que el conflicto ya se ha expandido por la región y que resulta improbable que la medida frene a los rebeldes; en su apoyo a la causa palestina no solo cuentan con el respaldo de Irán, sino también de un amplio sector de los yemeníes, y la simpatía de las poblaciones árabes.
Los bombardeos, que EE UU ha repetido en la madrugada de este sábado, van a degradar la capacidad ofensiva de los hutíes a corto plazo, pero la milicia volverá a ser pertrechada por el régimen iraní. Tal como era previsible, Teherán condenó el castigo a su aliado como una “clara violación de la soberanía e integridad territorial de Yemen” y de las leyes internacionales. Nadie espera que dé un paso adelante: no le interesa un choque directo con EE UU y ya ha conseguido involucrar a este en varios frentes. Más significativa resultó la llamada a la contención de Arabia Saudí, aliado de Washington, pero que tras ocho años midiendo sus fuerzas con la República Islámica a través de su guerra contra la milicia Huthi, se halla en medio de un proceso de deshielo con la primera y conversaciones de paz con los rebeldes.
Además del riesgo de que fracase su desenganche de la guerra en Yemen, Riad, como el resto de las capitales árabes, también mide sus palabras porque su población está viendo con simpatía el desafío que los hutíes plantean a Israel. Poco importa que los lanzamientos de misiles y drones contra las costas del Estado hebreo no hayan causado daños significativos; o que algunos de los mercantes atacados en el mar Rojo carezcan de conexión aparente con intereses israelíes. Son los únicos a quienes ven actuar ante la tragedia que viven los palestinos y que siguen casi al minuto a través de las pantallas de sus móviles.
Suele definirse al movimiento Huthi como una “milicia proiraní”. Lo son, pero no solo. El grupo, cuyo nombre es Ansarullah o Ansaralá (según se haga la transcripción del árabe al inglés o al castellano, y que significa Partidarios de Dios), surgió de un movimiento evangelizador a finales del siglo pasado con el objetivo de reavivar el zaydismo (la rama del islam chií que sigue un tercio de los yemeníes). Inspirados por el Hezbolá (Partido de Dios) libanés y con el trasfondo de su marginación política, evolucionaron hacia la atención social y crearon una rama militar que se enfrentó en sucesivas guerras al Gobierno de Ali Abdalá Saleh. Fue entonces cuando empezó a conocérseles como huthis (pronunciado júzis, con una jota suave) por el nombre del clan que lideró esas revueltas. Tras la salida de Saleh, a raíz de las protestas populares de 2011, Ansaralá se alió con la parte del Ejército que apoyaba a este y se hizo con el poder en Saná; eso motivó que Arabia Saudí interviniera a favor del presidente expulsado y desatara una guerra civil que todavía mantiene al país dividido, con el Gobierno reconocido internacionalmente instalado en Adén, la capital del sur.
A diferencia de Hezbolá, el movimiento-milicia yemení no fue una creación de Irán, aunque pronto recabó su ayuda, lo que sirvió de coartada a la intervención transfronteriza saudí. Para la República Islámica, Yemen no era un país prioritario en su estrategia regional. Cuando los hutíes tomaron Saná a principios de 2015, actuaron en contra del consejo de Teherán. Sin embargo, la Guardia Revolucionaria iraní enseguida comprendió que el grupo rebelde constituía una baza para mantener en jaque a sus rivales saudíes, sin un coste demasiado elevado. Desde la intervención israelí en Gaza, como respuesta al atentado de Hamás del 7 de octubre, Ansaralá se ha probado como uno de los agentes más osados del llamado Eje de la Resistencia, la red de milicias proiraníes cuyo común denominador es el rechazo a Israel y a la presencia de EE UU en la región.
Ahora, los gobiernos árabes esperan que pase el temporal y cesen los ataques a la navegación. Resulta improbable. Los hutíes mantienen que, debido a la guerra en Gaza, están impidiendo que los barcos vinculados con Israel crucen el mar Rojo. Tal como sugieren las concurridas manifestaciones del pasado viernes en Saná, Taiz y Hodeida (las principales ciudades yemeníes bajo control de la milicia), esas acciones que han puesto en jaque al comercio internacional cuentan con amplio apoyo popular. Además, sus portavoces han prometido “asestar un doloroso golpe” a Estados Unidos y el Reino Unido en represalia por los bombardeos. El riesgo es que alguno de los misiles de los rebeldes alcance de lleno a un barco de guerra de esos países, provocando un escarmiento aún mayor contra Yemen, una de las naciones más pobres del mundo.
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