La precaria cena de Nochebuena del equipo de Médicos Sin Fronteras en el hospital de Al Aqsa ni siquiera llegó a producirse. Carolina López, la coordinadora de emergencias de la organización humanitaria en ese centro sanitario de Deir al Balah —en el centro de Gaza— y su equipo se disponían a abrir las latas de conserva que comen cada día y a preparar humus, la típica pasta de garbanzos, aceite y especias que se come untada con pan. Pero el festín tuvo que posponerse: Israel bombardeó el campo de refugiados de Al Maghazi en uno de los episodios más sangrientos de la guerra. En muy poco tiempo, el centro hospitalario se llenó de heridos y muertos.
“Habíamos escuchado varios bombardeos y, de repente, empezaron a llegar las ambulancias”, recuerda esta cooperante de 49 años de Zaragoza. “Uno de nuestros doctores y dos de nuestros cirujanos fueron a Urgencias a analizar la situación. Al rato, vinieron a por otro cirujano. Los quirófanos funcionaron toda la noche, caso tras caso, porque los pacientes no dejaban de llegar. Recuerdo el estrés, se oían llantos, gritos… Esa noche hubo muchísimos heridos; esto pasa a menudo. Hay días tranquilos en los que recibimos 30 heridos, pero la mayoría tenemos 70, 80, 100…”.
Gran parte de los que llegaron esa noche procedían del vecino campo de refugiados de Al Maghazi. En sus estrechas callejuelas, repartidas en una superficie de solo 0,6 kilómetros cuadrados, se apiñaban 33.255 vecinos, según la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA). El ejército israelí avisó durante el día de un recrudecimiento de su ofensiva en la que iba a aplicar su sofisticada maquinaria de guerra sobre otro campamento del centro de Gaza, el de Al Bureij, y otros siete barrios vecinos. El comunicado pedía a la población que se refugiara más al sur, en Deir al-Balah, donde está el hospital en el que trabaja López.
Pero la advertencia de evacuación de las Fuerzas de Defensa de Israel no decía nada de Al Maghazi. La gente no se fue. El bombardeo provocó el colapso de varios edificios residenciales. 106 personas, muchas de ellas mujeres y niños, murieron en uno de los mayores asesinatos colectivos de civiles perpetrados por Israel desde el 7 de octubre. Los militares israelíes incluso aseguran que han abierto una investigación para comprobar qué pudo fallar. Cinco días después de la matanza, no hay respuestas.
“Desde que lanzaron la notificación, al día siguiente, ya empezaron a posicionarse en la zona y comenzaron a intensificarse los bombardeos y las batallas terrestres”, prosigue López, que hace ya 10 días que llegó al hospital. “Ese día recibimos alrededor de 200 heridos y 130 personas llegaron fallecidas, la mayoría de Al Maghazi, aunque también de otras poblaciones. Bombardearon edificios que se derrumbaron con un montón de familias dentro”. El campo atacado se encuentra a solo 2,5 kilómetros del centro sanitario. Cuatro minutos en coche, 30 a pie.
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Al Aqsa es el hospital de referencia de la zona central de Gaza. Desde el inicio del conflicto, no ha sido atacado y ha conseguido seguir atendiendo a víctimas, aunque con todas las precariedades que impone el asedio por tierra, mar y aire que sufre este territorio. Este centro, que, en condiciones normales, tiene 240 camas, ha tenido que ampliarlas hasta 684 debido a la enorme afluencia. Su personal ha ocupado ya dos colegios vecinos en los que ha hecho sitio para otros 190 pacientes. También se ha ampliado la morgue.
Solo entre el 1 y el 27 de diciembre, el hospital ha tratado a 2.557 heridos y ha recibido los cuerpos de 1.176 fallecidos. De todos los atendidos en este periodo, el 34% eran mujeres y el 24% menores de 15 años. Dos de cada tres pacientes son personas desplazadas desde el norte y otros lugares de la Franja. “Muchísimos de ellos son quemados por fuego o por el calor que desprenden las explosiones. También tenemos muchas fracturas y lesiones por compresión, de gente sacada de entre los escombros y que necesita cirugía torácica o de las extremidades”, explica López.
Aluvión de personas que buscan protección
En Al Aqsa, como en otros hospitales, muchos buscan el refugio que no encuentran en sus casas o en los lugares a los que han huido. Algunos han tenido que escapar más de una vez. La española cuenta las dificultades para gestionar a toda esa gente. “Desde que oyen cómo se acercan los bombardeos, la gente busca protección. A pesar de que otros hospitales han sido atacados, las personas se sienten más seguras aquí. El hospital hace lo que puede, porque necesita espacio para los ingresados. También están sus familias”, prosigue. “Hay pacientes que están aquí, que no tienen a donde ir y no se quieren ir. Cuando el médico les da el alta y les dice que se vayan, te responden: ‘¿A dónde?”.
“Es bastante difícil ahora mismo trabajar aquí”, continúa López. “Procuramos que dentro estén solo los pacientes, pero el patio y las diferentes entradas al hospital están atestadas de gente. Muchos montan tiendas con plásticos y se meten debajo, hacinados. No sabría cuantificarlo, pero tenemos a muchísima gente dentro y las ambulancias no paran de llegar. Las calles de alrededor también están repletas. Es una odisea lo que la gente del hospital tiene que gestionar cada día, no solo los médicos y las enfermeras, también los trabajadores del Ministerio de Salud”.
Este viernes, Al Aqsa ha recibido el primer camión con suministros sanitarios en muchos días. “El aprovisionamiento sigue llegando con cuentagotas y lo que hacemos es adaptarnos a lo que tenemos para poder trabajar”, prosigue la cooperante. “Nos falta lo básico, las compresas y las gasas que se utilizan para tratar las heridas y desinfectarlas, que es lo que más se usa”. “La situación no es tan grave como al principio, cuando algunos compañeros me contaban que llegaron a curar heridas con gusanos. Ahora luchamos cada día contra las infecciones. Hoy estamos muy contentos porque hemos sacado las estadísticas y hemos comprobado que han bajado mucho”.
Otro de los problemas a los que se enfrenta la población es la carencia de alimentos. “En esta zona hay bastante movimiento de latas, que es lo que básicamente comemos. De garbanzos, de judías, de atún…”, cuenta López. “En otros lugares, puedes encontrar naranjas, mandarinas y algún tomate o alguna cebolla, pero el problema es que todo ha subido muchísimo”, añade. “Las personas que tienen trabajo se lo pueden permitir, pero los que no tienen nada solo dependen de la ayuda que les pueda llegar”. Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud han advertido de que la malnutrición afecta a prácticamente toda la población de Gaza y que, en algunas áreas, existe riesgo de hambrunas.
Falta de seguridad del personal
El problema no son solo los suministros sanitarios y la comida. También la gestión de recursos humanos. López coordina un equipo de 60 personas, de las cuales la mayoría son médicos y sanitarios de otros hospitales de Gaza que se han desplazado hasta aquí. “Muchos han tenido que huir con sus familias y buscar un hueco aquí, en los colegios de Deir al Bala, para refugiarse, buscar una zona en la que dormir o enviarlas a Rafah [la ciudad fronteriza con Egipto]. A pesar de ello, y de que no es la primera vez que se desplazan —algunos lo han hecho ya ocho o 10 veces—, siguen viniendo a trabajar todos los días”, continúa la coordinadora de MSF.
“Es emocionante ver que, además, levantan el ánimo a la gente, gastan bromas… A pesar de que no están seguros en ningún sitio, de que no podemos garantizar su seguridad desde donde viven hasta aquí, van y vienen todos los días jugándose la vida”, sigue la española. “No saben si al volver van a encontrar a su familia, pero ahí están, al pie del cañón”. López recuerda cómo uno de los miembros de su equipo llegó un día herido y acompañado de su mujer y sus hijos al hospital: “Todos los días tenemos a alguien que ha sufrido la pérdida de alguien cercano”.
El equipo de MSF que lidera hace un trabajo especial con los niños. “Los ves con sus heridas, con sus vendajes, con su dolor y, sin embargo, se acercan a ti y te sonríen. Tenemos un equipo de salud mental que intenta hacer un mínimo, porque no tenemos espacio y no podemos hacer consultas individuales ni poner una tienda para ello. Trabajamos la parte psicosocial a través de los dibujos y los juegos. Es increíble cómo responden”.
La cooperante, que ya trabajó en Gaza en 2019 y tiene experiencia en misiones de MSF en lugares como Malí, Congo, Haití, Burundi, Bangladés o Sudán del Sur, considera, sin embargo, que la ayuda que toda esta gente recibe no es suficiente. “Hacemos lo que podemos, pero hasta que no haya un alto el fuego, no vamos a poder avanzar”, dice. “No podemos seguir trabajando de esta manera, sin capacidad para proteger al personal sanitario, con personas que se tienen que desplazar constantemente… Con gente que no tiene comida, no tiene agua, no tiene nada que ponerse ahora que hace frío”. “En estas condiciones, no se puede decir que en Gaza exista de verdad una respuesta humanitaria. No sé si esto cambiará en el futuro”.
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